Después de Moralina llegamos a Mámoles, el pueblo de la señorita Angelines. Lo primero que hicimos fue reponer energías con los bocadillos que llevábamos en nuestras mochilas a la sombra de las viejas y enormes encinas.
Vista de Mámoles desde la entrada, donde comimos.
Después bajamos al pueblo, donde correteamos un rato, y jugamos en los columpios. La señorita Angelines invitó a los niños a un helado y a las profes a un café. Le agradezco este detalle, desde aquí, en nombre de todo el grupo.
Continuamos una fatigosa caminata, pero a la vez divertida, ya que el bosque es siempre sorprendente, donde los duendes nos acompañaban, e incluso, alguno se hizo visible a nuestros ojos.
Al fin culminamos nuestro ascenso hasta la caseta desde donde se podía ver esta maravillosa vista del río Duero encajonado entre dos países, formando una frontera natural. En el lado izquierdo del mismo se halla Portugal; al lado derecho, España.
Más tarde de lo previsto, dejamos este pequeño, pero hermoso pueblo. Y, después de hacer una pequeña parada en Fariza, llegamos a Zamora muy contentos, pues el día había transcurrido sin incidentes, y todos nos lo habíamos pasado fenomenal.